Sedientos



Con el inocente entusiasmo de los niños colocamos nuestro poema en un papel enrollado dentro de la botella. Para que esta no se hunda apretamos con fuerza el corcho, lo sellamos con lacre, y nos quedamos acá, ensimismados como tontos, mirando hacia el horizonte a la espera de quién sabe qué cosa.

Nos vamos recién cuando la tarde se ahoga en su propia sangre, y al otro día, cuando volvemos, abrimos los ojos con asombro porque han llegado flamencos a beber en esta orilla. Flamencos buscadores de sueños, sin duda, pájaros sabios volando de un espejo de agua a otro para descubrir historias extrañas en el idioma mudo de las aves. 

De igual modo, siendo parte de la Naturaleza, nosotros, sencillos manipuladores de símbolos, seducidos por el encanto de nuestro lenguaje, no dejaremos de buscar con intensidad el hilo que dé sentido a las palabras. Quizás alguien haga lo mismo y, mediante otra botella abandonada al azar, nos deje un comentario.